
En la emblemática Plaza de Bolívar de Tunja, bajo el frío característico de la capital boyacense, hay una figura que se ha vuelto parte del paisaje cotidiano: la de Ana María, una mujer incansable que desde hace más de 60 años vende la Lotería de Boyacá y otras loterías del país. Con su carrito de siempre, en la misma esquina, ha forjado la vida de toda una familia.
Madre cabeza de hogar, crió a cuatro hijas en una casa de mujeres, a quienes con esfuerzo y disciplina llevó hasta la universidad. Hoy, todas son licenciadas egresadas de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), y cada una de ellas representa el orgullo más grande de su madre.
Pero Ana María no solo logró ver a sus hijas convertidas en profesionales y levantar su propia casita. A sus 75 años, ella también decidió cumplir un sueño personal: graduarse como Técnica en Ventas de Juegos de Azar.
El gran día llegó. En la ceremonia de graduación, las lágrimas rodaban por su rostro. Por primera vez en la vida, Ana María vestía toga y birrete, y por primera vez era ella la homenajeada. “Nunca es tarde para aprender”, decía con la voz entrecortada mientras recordaba que no pudo terminar la primaria por las responsabilidades de la vida.
Aunque no cursó estudios formales en su niñez, Ana María es una experta con los números: conoce de memoria los resultados de cada sorteo, sabe cuáles han caído y cuáles “están por caer”. Su sabiduría de lotera es tan grande como su historia de vida.
Ese día de la graduación no fue solo un título lo que recibió, sino un reconocimiento a décadas de lucha, amor y constancia. Fue la prueba de que la educación transforma y que nunca es tarde para prepararse, cumplir sueños y escribir nuevas páginas en la propia historia.