
En una de las esquinas de Bosa, en Bogotá, donde el cemento y el polvo se mezclan con las carreras del día a día, vive Juan, un obrero de la construcción que jamás imaginó que la suerte lo visitaría en la forma más inesperada: con un billete de lotería fiado en la tienda de confianza del barrio.
Oriundo de La Plata, Tolima, Juan llegó a la capital siendo un joven, buscando oportunidades en lo que él mismo llama “este monstruo de cemento”. Allí se forjó como albañil y con ese oficio mantiene a su familia: su esposa, dos hijos de 6 y 9 años y un tercero que viene en camino, a quien cariñosamente ya llaman “el colaíto”.
No es jugador empedernido ni apostador frecuente. “No tomo, no juego… me gusta el microfútbol con los amigos, pero de vez en cuando compro un billetico. No tengo número fijo, es el que me parezca bonito”, dice con sencillez.
Un sábado cualquiera que se volvió inolvidable
El día que le cambió la vida empezó como tantos otros. Juan salió antes del amanecer hacia el centro de la ciudad, con dos transbordos y una jornada dura de trabajo. A las tres de la tarde regresaba a casa, cansado, pero con la satisfacción de llevar un pollo comprado en la pollería de la avenida para compartir con su familia.
En la tienda de siempre, doña Tránsito, su vecina y vendedora de lotería, le insistió:
—“Lleve su billetico, mire que la suerte está que nos cambia. Hoy juega la Boyacá y esta que caen premios”.
Juan respondió que no tenía dinero. Pero la confianza de años permitió que la tendera le dijera: “El lunes me lo paga”. Él aceptó. Ese billete, fiado, sería la llave de su nueva vida.
La tarde continuó como cualquier sábado: paseo al parque, enseñar a los niños a montar bicicleta, compartir el pollo y descansar. Nada hacía presagiar lo que vendría.
La noticia en la puerta
Al día siguiente, los golpes fuertes en la puerta lo sacaron del sueño. No eran los vendedores de tamales, como cada domingo, sino doña Tránsito. Con el rostro iluminado, le pidió hablar en confianza con su familia y soltó la bomba:
—“Se ganó 1000 millones con un seco de la Boyacá”.
Juan no lo creía. Pensó en una broma. Su esposa, con seis meses de embarazo, se mareó del impacto. Entre la confusión, revisaron el Facebook oficial de la Lotería: allí estaba el número ganador. Era verdad.
Los abrazos, las lágrimas y la incredulidad llenaron el hogar. Doña Tránsito, precavida y sabia, les aconsejó discreción: “No le cuenten a nadie todavía”.
Rumbo a Tunja: la confirmación
El lunes, Juan y su esposa emprendieron viaje hacia Tunja. Llegaron a la sede de la Lotería de Boyacá y comprobaron que no era un sueño: eran oficialmente ganadores de 1.000 millones de pesos.
Allí recibieron apoyo psicológico y financiero para afrontar el cambio repentino de vida. “Los nervios se nos notaban, pero nos trataron con cariño y nos explicaron todo”, cuenta él.
Los planes de un nuevo comienzo
Cuando le preguntamos qué hará con el premio, Juan responde sin dudar:
- “Comprar una casa grande, con dos apartamentos para arrendar uno. Viajar a mi Tolima del alma, pagar mis deudas y asegurar el futuro de mis hijos”.
Y agrega, sonriendo:
- “Seguiré trabajando como albañil. Eso no lo dejo. Y seguiré comprando la lotería, porque mire que la suerte sí existe”.
Una lección de esperanza
El caso de Juan demuestra que la fortuna puede tocar las puertas más humildes y que la confianza entre vecinos, como la de un billete fiado en la tienda, puede convertirse en historia de vida.
La Lotería de Boyacá, con más de un siglo repartiendo premios, fue protagonista de este capítulo que hoy llena de ilusión a una familia de Bosa y devuelve la esperanza a quienes creen que la suerte siempre puede estar a la vuelta de la esquina.